lunes, 20 de mayo de 2013

“El complicado arte de enseñar”

"La meta principal de la educación es crear hombres que sean capaces de hacer cosas nuevas no simplemente de repetir lo que otras generaciones han hecho".JEAN PIAGET.
 
Quiero compartir una historia que he podido recapitular en este trajinar de la práctica docente y que de alguna forma, es parte de la historia muy personal de algunos de nosotros. La historia es de un docente al que le vamos a poner por nombre Javier. Él es un profesor joven y entusiasta que sabe debe posibilitar a sus alumnos un conjunto amplio de aprendizajes de diferentes ámbitos o campos formativos: el lenguaje escrito y la comunicación, el desarrollo del pensamiento lógico matemático, el desarrollo socio personal, las ciencias y el medio ambiente, la expresión artística y el desarrollo corporal.

Javier está consciente de que debe ser evaluado y mostrar logros educativos al menos en diez meses, en un horario de atención de cuatro horas diarias en promedio y en grupos de 30 niños y niñas, en promedio, diversos en sus temperamentos, intereses y preferencias, en sus aptitudes, capacidades, inteligencias y en sus estilos de aprender, para no mencionar diferencias en sus historias personales, en su sensibilidad, en sus valores y en muchos lugares del país, hasta en su idioma. Niños que, además, en razón de su edad y su naturaleza, tienen necesidades de expresión, exploración, interrogación, vinculación, comunicación y autoafirmación, que se manifiestan de distinta forma según las características de cada uno, pero que todos buscan satisfacer instintivamente de un modo u otro.
 
Todos los alumnos de Javier pertenecen, además, a un pueblo y una cultura. Hoy se reconoce la enorme correspondencia de las realidades locales en el proceso formativo de los niños. Las experiencias, directas o indirectas, en que participan al interior de la vida social, cultural y productiva de sus comunidades, tanto en su vida cotidiana como en periodos y coyunturas de la historia local, influyen en sus percepciones y valoraciones, induciendo actitudes y moldeando comportamientos. Adicionalmente, su grado de conexión con realidades menos inmediatas, a nivel de la región, el país y el mundo, posibilitadas por los medios de comunicación, les permite vivir otro tipo de experiencias no menos significativas, más allá de nuestro acuerdo o desacuerdo con la influencia que ejercen sobre sus maneras de actuar y de pensar.
 
Para cumplir su rol y sus objetivos, nuestro desdichado docente debe moverse en medio de las múltiples diversidades del aula y la realidad social, lo que le exige manejar un conjunto de conocimientos no sólo concernientes a su profesión sino a las personas con las que interactúa y a su cultura. Pero necesita exhibir también competencias en ámbitos clave como el diagnóstico de las necesidades y posibilidades de los niños, la planificación, la conducción propiamente dicha de los procesos de aprendizaje, el manejo de conflictos en la relación humana, la evaluación del rendimiento, la promoción de la participación de los padres de familia y la comunidad en el proceso de sus niños.
 
En particular, el manejo de los procesos de aprendizaje le exige hoy a Javier saber promover la participación del grupo y su reflexión continua, a fin de asegurar la comprensión; atender y adecuarse a todas las diferencias; responder con flexibilidad a las situaciones inesperadas; organizar tanto su aula y el tiempo como la contribución de otros actores al desarrollo de las actividades; comunicarse de manera efectiva, sostener la motivación de todos todo el tiempo; y hacer uso óptimo de una gran variedad de métodos y recursos didácticos en función de cada necesidad. Y necesita saber hacer todo lo anterior, vinculando de manera constante los aprendizajes y las experiencias pedagógicas con la realidad social y cultural de sus estudiantes.
 
El principal problema de Javier es que necesita desempeñarse de esta manera al interior de instituciones cuyas regulaciones y tradiciones descansan en premisas ajenas e incluso contradictorias con un tipo de quehacer pedagógico que reconoce la complejidad del hecho educativo, valora las diferencias y trabaja a partir de ellas. En general, todos los espacios de educación formal que forman parte de un sistema nacional suelen no sólo estar cerrados a la realidad y el entorno sino que, organizados al estilo de una cadena de montaje industrial, inducen al docente a homogeneizar objetivos, procesos y resultados, a fin de simplificar el funcionamiento de la organización y facilitar su control. Con el peso de esta cultura institucional sobre sus espaldas o en constante pugna por cambiarla, el ejercicio profesional de la docencia supone para profesores como Javier aprender a nadar contra la corriente.
 
Ante esta disyuntiva, quienes insisten en reducir el ejercicio de la docencia a la presentación didáctica de un conjunto de proposiciones de la ciencia y la cultura, lo hacen desde su desconocimiento de las complejidades del hecho educativo y de los procesos que supone el apropiarse de competencias para la vida. Preocupa que estas simplificaciones y reduccionismos sigan dominando hoy en día la percepción del ciudadano común, porque rebaja sus expectativas y demandas de calidad a la educación; preocupa que dominen la noción que muchos maestros tienen todavía de la docencia, porque los lleva a enseñar a ciegas sin ninguna aprensión por los resultados de su trabajo; pero decepciona e indigna que dominen también la visión de los responsables de la política educativa, porque con base a ella es que deciden el destino de los recursos públicos hacia medidas inútiles o de limitada efectividad.
 
La formación continua a los docentes en servicio y el acompañamiento pedagógico a las escuelas, son políticas que necesitan definir especial énfasis en su  aplicación. Es fundamental para un docente tener el dominio de las competencias necesarias para obtener aprendizajes de calidad en otras áreas del currículo más allá de la lectura y la matemática;  el manejo de la diversidad en el aula, tanto a nivel de las capacidades como de las identidades de sus estudiantes;  vincular  los procesos pedagógicos y las múltiples posibilidades que ofrecen sus contextos mediatos e inmediatos, así como la gestión flexible del tiempo y el horario escolar, además de considerar las diferentes condiciones de aprendizaje que requiere atender las distintas necesidades de los niños.
 
Abordarlos supone, naturalmente, una comprensión cabal y no superficial del desafío que representa cada uno de ellos, así como una preparación adecuada de formadores y acompañantes. Ignorarlos siempre será más fácil y sin duda más económico, pero no más efectivo, en especial para los que buscamos no sólo mejorar promedios de rendimiento escolar en una prueba externa, sino elevar el nivel de profesionalización de docentes como Javier, pero sobre todo, la apropiación y el desarrollo de las llamadas competencias para la vida y la calidad de la formación en los niños.
 

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